Clarín del miércoles cuenta una infidencia: la que le transmitió Alberto Fernández, el ex jefe de Gabinete, de sus conversaciones ("a solas") con el secretario de Obama, Tom Shannon. En síntesis, que el gobierno de Obama "opina que cualquier inestabilidad en la región sería altamente perjudicial en medio de la crisis global". El norteamericano "no hizo alusión a ningún problema específico... pero fue obvio -deduce Clarín-, que le inquieta el pleito con el campo y el clima general de confrontación e intolerancia entre el gobierno y la oposición". Lo que resulta más obvio todavía, pero esto no es el tema del relato de Clarín, es que la misma advertencia le hizo llegar la Embajada norteamericana a la oposición.
Es claro que los yanquis saben perfectamente bien que en Argentina se desarrolla una crisis política imparable y por eso le reclaman al gobierno que se acomode a su desenlace, o sea que contemple un acuerdo con la oposición. Es claro que condiciona a ese arreglo cualquier socorro financiero que tenga que venir del Norte o del FMI. Reclama -también según la infidencia que recogió Clarín-, que Argentina esté "‘más' alineada con Brasil, Chile y Uruguay y ‘no tan' ligada a la Venezuela de Hugo Chávez". Los norteamericanos, en realidad, están preocupados por ellos mismos, porque un derrape financiero y político de Argentina afectaría al sur de América Latina y acentuaría aun más el desequilibrio económico internacional. En la crisis del '30, las devaluaciones latinoamericanas fueron el golpe final que instauró la depresión internacional.
Crece la fuga de capitales
El adelantamiento de las elecciones, sin embargo, no presagia el comienzo de un apaciguamiento político. El Episcopado acaba de mentar a ‘la inseguridad' y ‘el conflicto con el campo' como amenazas a la "paz social". Sin embargo, las tendencias a un arreglo trabajan por debajo de la superficie. De un lado, el gobierno está apresurando la devaluación del peso en las vísperas de la comercialización de la cosecha de soja. El ‘campo' corre el riesgo de que la comercialización de la cosecha frene la devaluación de la moneda y, para evitarlo, la patronal media y pequeña deberían proceder a un gigantesco acaparamiento del grano, para lo cual no reúnen condiciones financieras. Del otro, Macri y de Narváez acaban de darle el codazo a la CC y a la UCR, con el apartamiento de Solá de la cabeza de la lista del PJ disidente en la provincia de Buenos Aires y con la decisión, que parece ya tomada, de que Michetti confronte con Carrió en la Capital. A tres bandas, la elección de finales de junio ayudaría a disimular el retroceso o la derrota del gobierno. Pero todo esto está muy lejos de ser una estrategia, porque sus posibilidades de prosperar están condicionadas a peripecias fuera de su control, a saber: una bancarrota mundial que es cada vez más virulenta. Una ‘victoria' oficial contra el lock-out agrario no se transformaría en una ‘redistribución progresiva del ingreso' sino en un reforzamiento de la concentración de los capitales que operan en el campo. Los K insisten en que el mundo advierte la necesidad de volver al activismo estatal, pero a ellos ni se les ocurre nacionalizar a los pulpos comercializadores de cereales para absorber la renta del comercio exterior y formar un fondo de capital que solvente una transformación social en el campo.
Precisamente en este punto, la información bancaria dice que ha vuelto a crecer la fuga de capitales, a razón de casi 1.500 millones de dólares al mes, y que el Banco Central disimula la pérdida de reservas mediante préstamos temporales que recibe del Banco de Basilea. Peor aún, el gobierno tiene empantanado un canje de bonos para postergar el pago de la deuda externa, lo cual podría reabrir la posibilidad de un ‘defol'.
El fin de la restauración pseudo-cesarista
Después de la debacle de 2001, la burguesía se empeñó en restaurar la autoridad del Estado, que en el caso de Kirchner tomó la forma de un gobierno semi-personal, con el apoyo de la burocracia sindical, del aparato mafioso del peronismo bonaerense y la progresía criolla; aunque obligado a transar, en circunstancias de crisis, con el parlamento o las provincias. Es claro que esa tentativa restauracionista se encuentra ahora en entredicho: el país tiene el espacio público copado por las movilizaciones de todas las clases sociales - en mayor medida aún que en las vísperas del Argentinazo de 2001- , y el gobierno es hoy rehén de los intendentes del conurbano. Además, es francamente minoritario y ha adelantado las elecciones como una suerte de plebiscito que debería decidir la continuidad de su gestión. Los K adjudican, sin embargo, una tentativa de restauración a sus opositores de la derecha, sin reparar en que crecieron a su sombra, en especial los sojeros, y que en lugar de enfrentarlos con una movilización popular, los potencia al recurrir a la polarización. Pero cualquier tentativa de querer volver a Menem es un despropósito; la oposición patronal está obligada a seguir, corregida, la senda abierta por el kirchnerismo.
La declinación imparable del kirchnerismo no es, como sugieren sus propagandistas, el resultado de una conspiración. Es, simplemente, objetiva, o sea la más eficaz de las conspiraciones. La burguesía argentina y los pequeños burgueses que ofician como sus representantes no tienen el horizonte histórico ni los recursos materiales y políticos para una política de transformación - que la bancarrota mundial hace más acuciante. Esto se ve con toda claridad en su incapacidad para satisfacer los reclamos de los maestros y resignarse, en cambio, a una enorme huelga docente en coincidencia con los cortes de ruta chacro-sojeros. La burocracia de Ctera no tiene más remedio que seguir adelante, siempre a tropiezos, porque teme perder las elecciones de Suteba previstas para mayo. Un Suteba en manos combativas y clasistas es para los K una pesadilla que sobrepasa cualquiera que pudiera provocar la Mesa de Enlace.
En el escenario de la disgregación del gobierno, la oposición patronal lleva de lejos la delantera a la oposición que se referencia en la clase obrera. Es necesario aprovechar la crisis social y política para superar esta situación. Los plumíferos del oficialismo le reclaman a la izquierda un ‘apoyo crítico' contra la derecha, o sea que no tenga una posición independiente, pero en ese caso tendría el terreno libre para hacer lo que ha hecho hasta ahora y lo que hicieron otros antes de él: acabar pactando con la derecha para destruir otra vez el surgimiento de una clase obrera políticamente poderosa.
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